Cuando las facultades de Medicina fracasan en su autorregulación. Como los que juegan con una lata por la calle

Ignacio Fernández Vidaurreta

Abstract

Cada primavera los decanos de las escuelas de Medicina de los EEUU se comprometen ante cada generación que se gradúa a no perjudicar ni entorpecer a sus estudiantes. Les estrechan la mano y les otorgan sus títulos de licenciados en Medicina. Al mismo tiempo saben que habrá varios de estos nuevos médicos a los que no les dejarían cuidar de sus propios familiares. Pero, a pesar de ser conscientes de las limitaciones académicas o del comportamiento poco profesional de estos estudiantes, los decanos les permiten graduarse. Permitir licenciarse a estos candidatos poco apropiados es inaceptable y no se debería seguir descuidando el compromiso de los médicos al respecto. Sobre ellos recae la responsabilidad de cuidar a sus pacientes, y sobre los dirigentes de la educación sanitaria la de desarrollar una fuerza laboral competente que brinde una atención segura y compasiva. Los errores médicos continúan cometiéndose y causando daños y, aunque la mayoría son atribuibles principalmente a problemas estructurales, algunos proceden de la incapacidad del médico para trabajar en el sistema, de su falta de conocimiento o de actos poco profesionales. Además, algunos médicos comenten actos criminales o maliciosos, pero tales incidentes ocurren en la medicina a un ritmo similar al de otros ámbitos de cuello blanco.

Los médicos generalmente ingresan en la profesión con el objetivo de ayudar y sanar a las personas y para fomentar cualidades similares en los estudiantes. Estas situaciones pueden ser más problemáticas si presentan problemas de salud mental, que añaden consideraciones sobre la privacidad del paciente, la del estudiante y sus derechos respecto a las discapacidades. Además, debido a nuestra empatía y respeto por estos, a menudo cuesta reconocer cuándo no deben convertirse en médicos y no se les debe ayudar a lograrlo. Más allá de la compasión está el problema de las deudas estudiantiles. A menudo, cuando los estudiantes se encuentran en las facultades, ya tienen contraídas deudas de cientos de miles de dólares y cabe la duda de cómo obtendrán los ingresos suficientes si no consiguen el título médico.

El proceso de acreditación de una escuela de medicina requiere informar de las tasas de deserción de los estudiantes. En general esta tasa en las escuelas de EEUU es baja, con sólo alrededor del 3% de estudiantes que no completan la carrera por algún motivo, ya sea académico, profesional, personal o médico. Una tasa de deserción más alta afectaría a su acreditación, reputación y al reclutamiento de nuevos estudiantes. Cualquier litigio puede tener un costo personal pronunciado para los miembros de la facultad y sus administradores, además del costo económico de la escuela para hacer frente a la defensa legal.

La gran mayoría de los estudiantes de Medicina de los EEUU tienen éxito pero, permitir que se gradúen cuando claramente no deberían convertirse en doctores, tiene consecuencias. Algunos directores de programas de residentes han perdido su confianza en las facultades médicas. Éstas deberían asociarse con organismos de acreditación, crear mecanismos dedicados a otorgar títulos y tomar algunas decisiones difíciles. Como colectivo, los médicos deben tener un mayor compromiso con sus valores profesionales y se pueden crear entornos de aprendizaje que apoyen el desarrollo de profesionales. Es su responsabilidad ayudar a los estudiantes, incluso si eso significa ayudarlos a encontrar una carrera más adecuada. Es primordial reconocer honestamente cuándo un estudiante no estará a la altura de los valores y competencias profesionales. Hacerlo es esencial para mantener el pacto social como profesionales médicos.

 

Publicado
07-02-2020